Apagones nuevos en cuba

En Cuba, cada Primero de Mayo tiene un guion previsible: desfile masivo, lemas revolucionarios reciclados, banderas ondeando con entusiasmo de libreta normada, y un pueblo que —entre vítores oficiales y resignación ciudadana— sale a la calle porque sí, porque toca, porque no ir “da problemas”. Pero este 2025, la pregunta que más se repite no tiene que ver con la asistencia al acto ni con el calor de mayo: “¿Y después qué?”

El Gobierno, en un intento de garantizar “el fluido eléctrico” durante las celebraciones, decretó dos días feriados. Una jugada que muchos leyeron entre líneas: si hay corriente ahora, es para que se vea el desfile en pantalla, no para que funcione el refrigerador en la casa.

La decisión encendió las alarmas —no solo las de los circuitos eléctricos— sino las de la sabiduría popular, esa fuente más confiable que cualquier parte del MINEM o del Noticiero Nacional. Porque el cubano, con su instinto de sobrevivencia bien afinado, sabe que detrás de cada acto político, hay una factura… y no precisamente de la UNE.

“Si hoy hay luz, mañana se va”

La frase, que circula de boca en boca con la naturalidad de un saludo, no es un chiste ni una exageración. Es una conclusión estadística a lo criollo. Porque la experiencia demuestra que cada vez que se organizan celebraciones de alcance nacional, las termoeléctricas del país entran en fase de catástrofe espiritual.

Una “tiene fuga”, la otra “está en mantenimiento”, y siempre hay una tercera que sufre un ataque de estrés pos-acto político. Lo que viene después es tan previsible como el parte del tiempo en agosto: apagones a granel, de esos que duran más que una cola en la tienda.

En los barrios ya lo dan por hecho. Los memes abundan, las velas se desempolvan, y los termos se llenan como si fueran reservas estratégicas. Porque si bien el Estado puede apagar la crítica, el pueblo no puede apagar la nevera si no hay corriente.

El desfile… y la resaca energética

Mientras las cámaras enfocan las multitudes y las pancartas cuidadosamente preparadas, la verdadera planificación ocurre en las casas. No es para coordinar transporte al acto, sino para cargar el móvil, hervir agua, y preparar café “por si acaso”. El cubano ya no confía ni en el parte del tiempo ni en los partes oficiales. Su reloj está calibrado por los ciclos de apagones que siguen a cada jornada de movilización.

— “Dieron luz pa’l desfile, no pa’ la gente”, se escucha en cualquier esquina.

— “Aprovecha ahora, que el dos no hay corriente ni pa’ el ventilador.”

Y no, no es paranoia. Es memoria colectiva.

¿Control energético o maquillaje político?

Las autoridades aseguran que todo está bajo control, pero en Cuba esa frase es como el “estamos bien” de alguien con fiebre y sin termómetro. Cada vez que se dice que hay estabilidad energética, una planta colapsa misteriosamente a los dos días. No falla.

Y mientras los funcionarios celebran la asistencia “masiva y entusiasta” del pueblo trabajador, ese mismo pueblo se va a casa con la sospecha (más bien certeza) de que el apagón está en camino. Porque en la isla, donde hay desfile, hay después una dosis de oscuridad democrática y literal.

Solo aparece en actos oficiales.

El cubano, acostumbrado a la lógica invertida del sistema, ya no pregunta si habrá apagón, sino cuánto durará. Y por eso se prepara. No con pancartas, sino con linternas. No con consignas, sino con mecheros y botellas de agua fría.

Porque aquí, después de la función, viene el apagón.

Siempre.

Como si fuera parte del guion.

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