Asesinato de joven de 21 años

Una nueva tragedia sacude a la ciudad de Camagüey. Un joven de apenas 21 años fue asesinado a puñaladas en plena vía pública. Otro nombre, otro rostro, otra vida truncada por una violencia que crece a la sombra del silencio oficial. En una Cuba donde las estadísticas son tan manipuladas como los noticieros, los crímenes ya no se cuentan en cifras: se sienten en la calle, se lloran en los barrios, se gritan —a escondidas— en las redes sociales.

El crimen, según testigos y familiares, ocurrió en una zona urbana de la ciudad. Una zona como cualquier otra, marcada por la desesperanza, el desempleo, la desidia. Donde los jóvenes, lejos de imaginar un futuro, sobreviven entre colas, apagones, frustraciones y, cada vez más, cuchillos.

Violencia que no existe… hasta que te toca

El caso, como tantos otros, no ha sido reflejado por ningún medio estatal. Ni una nota en el periódico provincial, ni un cintillo de “última hora” en el noticiero. Como si no hubiera pasado. Como si el silencio bastara para borrar la sangre del asfalto. En la Cuba oficial, este joven no murió. Porque en la Cuba oficial, la violencia no existe. Lo que existe son actos de reafirmación revolucionaria, exposiciones de cerámica y homenajes eternos al pasado glorioso.

Pero la realidad —esa que no cabe en las consignas— es otra. Y es brutal. Cada vez más cubanos comparten por WhatsApp o Facebook imágenes que estremecen: peleas con machetes en medio de la calle, robos a plena luz del día, jóvenes drogados que deambulan como fantasmas. Y ahora, el cuerpo sin vida de un muchacho, atravesado por puñaladas, que nunca será una estadística en un informe público.

¿Dónde está el orden?

“No hay policía cuando la necesitas. Pero si te atreves a quejarte de la comida, aparecen en cinco minutos, y no para ayudarte”, dice un joven camagüeyano que pide el anonimato. Su indignación es compartida por muchos. Porque en Cuba, el orden público no es una garantía para el ciudadano: es una herramienta de control para el poder.

Las patrullas no cuidan al pueblo. Vigilan al descontento. La prioridad no es protegerte de un ladrón, sino impedir que protestes. Es por eso que las calles se sienten cada vez más inseguras, y a la vez, cada vez más vigiladas. Todo depende de a qué le teme el sistema: al crimen, no. A la crítica, sí.

El país donde los muertos no existen

Este asesinato no es un hecho aislado. Es parte de una secuencia que se repite, que se intensifica, y que el Estado prefiere ignorar. Cada semana, en alguna provincia del país, se reportan hechos similares: jóvenes muertos, mujeres agredidas, niños en peligro. Pero la prensa oficial está ocupada cubriendo festivales de arroz frito, ferias del libro sin libros, y desfiles donde el pueblo es decorado.

El gobierno sigue vendiendo al mundo una Cuba que ya no existe. Una isla segura, alegre, armónica, donde el pueblo canta y baila incluso sin electricidad. Pero en las casas de verdad, las que no salen en la televisión, lo que hay es miedo, rabia, impotencia. Y en Camagüey, hoy, hay una familia rota. Una madre que no podrá volver a abrazar a su hijo.

¿Y cuántos más?

La pregunta que retumba, que se repite como eco incómodo en la mente de muchos cubanos es: ¿cuántos más tienen que morir? ¿Cuántos jóvenes deben caer para que el Estado reconozca que hay un problema serio? ¿Cuántas familias deben llorar en silencio porque sus muertos no son dignos ni de una nota oficial?

Tal vez cuando la violencia se les cuele en las puertas del poder, cuando no puedan contener la indignación ni con miedo ni con mentiras, entonces digan algo. Tal vez. Pero para entonces, habrán muerto muchos más.

En Cuba, hoy, ser joven es un riesgo. Salir a la calle es una ruleta rusa. Y exigir respuestas es casi un acto suicida.
El Cubano Rebelde seguirá informando, aunque solo nos quede la palabra.

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