
En Cuba se representa a diario una tragicomedia monetaria que ningún guionista podría superar. En el escenario informal, el dólar estadounidense ha emprendido un vuelo sin escalas hasta 369 pesos cubanos (CUP), mientras en el guion oficial del Banco Central la divisa permanece anclada en un irrealista tipo de cambio de 24 CUP por dólar. Lejos de provocar confusión, esta discrepancia es ya parte del decorado cotidiano: un acto de magia monetaria donde la realidad y la ficción divergen sin remedio.
Acto I: la huida del peso
El peso cubano funciona hoy como una moneda de utilería, destinada a desaparecer tras bambalinas. Con un salario medio mensual de 5 839 CUP, un trabajador típico dispone apenas de 15.87 USD al tipo de cambio paralelo. Esa suma, traducida a la vida real, apenas cubre unos cuantos alimentos básicos en MLC (moneda libremente convertible), el otro personaje protagonista, que ostenta un tipo de cambio “estable” en 265 CUP.
Este desequilibrio obliga al cubano a practicar malabares financieros: cobrar en CUP, ahorrar en MLC, comprar en dólares y sobrevivir con remesas o economías informales. La brecha entre el mercado oficial y el paralelo no es un fallo temporal, sino la trama central de una obra que mantiene al público en vilo.
Acto II: el euro y la escapada de las divisas
Si el dólar marca el ritmo, el euro decidió llevarse el premio mayor: cotiza a 385 CUP, la divisa más cara en la calle. Su prestigio refleja la preferencia de quienes pueden permitirse adquirirlo para proteger sus escasos ahorros. Mientras tanto, el MLC —teóricamente la herramienta de defensa contra la inflación local— se convierte en un bien de lujo, pues su acceso está limitado a quienes reciben remesas o trabajan en el sector turístico.
El resultado es un sistema de tres velocidades monetarias:
- Tipo oficial (24 CUP/USD): válido para estadísticas y trámites burocráticos.
- MLC (265 CUP/MLC): para compras en tiendas especiales y ahorro de una minoría.
- Paralelo (369 CUP/USD, 385 CUP/EUR): para el grueso de las transacciones informales.
Acto III: la tragicomedia del ciudadano
El cubano de a pie asiste a esta farsa con una mezcla de asombro y resignación. Cada quincena es un sketch de supervivencia:
- Cobrar el salario en CUP.
- Convertir parte al mercado informal para comprar alimentos o medicamentos en MLC o dólares.
- Evitar que la subida diaria de la tasa paralela consuma sus pocos ahorros.
La mayoría ajusta sus presupuestos en función de una divisa que evoluciona más rápido que la guagua en hora pico. Familias enteras compiten por cada dólar en el mercado negro; negocios pequeños exigen pago en MLC; y los bancos, atrapados en el libreto oficial, ofrecen operaciones que nadie usa.
Acto final: aplausos con resignación
Ante este espectáculo, el público aplaude con desgana. No hay solución inmediata a la vista, porque la comedia monetaria está tejida en la propia estructura del modelo económico. La pregunta que flota en el aire es si el telón caerá alguna vez o si la función continuará indefinidamente.
En un mundo donde el cubano necesita divisas para todo —desde alimentos hasta recargas de internet—, la disparidad de tipos de cambio se convierte en protagonista y villano a la vez. Y mientras el dólar vuela y el peso se arrastra, el pueblo asiste a la obra más costosa de su historia: la de mantenerse con dignidad cuando la moneda oficial ya no vale nada.
Nota al lector: la economía cubana no necesita un guion de ficción; su realidad supera la más descabellada de las comedias.