
En la madrugada silenciosa de Mantilla, esa zona del municipio de Arroyo Naranjo donde la normalidad se mezcla con el olvido, ocurrió lo que muchos ya consideran parte de la rutina urbana: un vertedero en llamas y un Estado ausente.
Eran las 4:00 a.m. cuando los primeros vecinos notaron que algo no olía bien. No era solo el hedor habitual del basurero —ese monumento al deterioro que nadie recoge y todos padecen—, sino el espeso humo negro que empezaba a trepar por los techos. El vertedero, situado en la calle Miguel Bion entre Santa Hortensia y Calzada de Managua, ardía como si tuviera cuentas pendientes con los pulmones del barrio.
El fuego avisa, pero el Estado duerme
Lo curioso —y trágico— no fue solo el incendio. Lo insólito fue la respuesta institucional: ninguna.
Ni un bombero.
Ni una patrulla.
Ni siquiera el clásico funcionario de turno con una libreta en la mano y la promesa de que “se está valorando la situación”.
Nada.
Lo que sí apareció, como casi siempre en la historia reciente de Cuba, fue el pueblo. Vecinos armados con cubos, botellas, mangueras domésticas y la determinación que se activa cuando no queda más remedio. Entre todos, sin uniformes ni sirenas, lograron sofocar las llamas antes de que el desastre se hiciera aún mayor.
Porque cuando el Estado no apaga, el barrio improvisa.
Plástico quemado y pulmones cansados
Apagado el fuego, quedó el humo. Y con él, la peste persistente de plástico chamuscado, goma derretida y residuos orgánicos al rojo vivo. Un cóctel tóxico que se esparce por el aire y por los cuerpos, afectando sobre todo a los niños, los ancianos y cualquiera que aún respire.
El vertedero, por supuesto, sigue allí.
No se ha retirado.
No se ha saneado.
No se ha vallado.
No se ha hecho nada, en realidad.
La salud pública no pasó. Ni la policía sanitaria. Ni nadie del gobierno municipal que dijera al menos: “Vamos a investigar por qué esto ocurre todas las semanas”.
¿Todo bajo control? Solo en los discursos
En otras noticias, y según ningún funcionario presente, todo está “bajo control”.
La misma narrativa de siempre, donde el silencio oficial tapa más que las propias cenizas.
En los medios estatales, ni una línea.
En el parte de sucesos, ni una mención.
Y en el noticiero, probablemente un segmento sobre cómo en otros países arden los bosques por culpa del cambio climático.
Porque aquí, en el trópico del absurdo, quemarse vivo entre basura parece menos urgente que inaugurar un hotel.
El vertedero como síntoma
Lo ocurrido en Mantilla no es una anécdota aislada. Es un espejo de la gestión pública cubana: una mezcla de abandono, negligencia y desprecio hacia las condiciones mínimas de vida de sus ciudadanos.
Incendios como este son frecuentes en toda La Habana, especialmente en zonas periféricas donde los camiones de recogida no llegan, los bomberos no acuden y el Estado solo existe en discursos. Y mientras se organizan congresos y caravanas oficiales, la gente sobrevive a pulmón limpio, en medio de ruinas ardientes.
Crónica de un país encendido
A las pocas horas del siniestro, el humo seguía flotando entre los postes, las rejas y los balcones de Mantilla. No llegó ninguna autoridad. No hubo ninguna nota institucional. Solo quedaron los restos calcinados de una madrugada más en la Cuba de 2025, donde la población combate incendios mientras el gobierno se quema en silencio.
Porque aquí, cuando todo arde, el pueblo no solo es testigo. Es también el bombero, el médico y el periodista.
Y a veces, incluso, el único que se atreve a decir: esto no es normal.