Incendio en Guantanamo

La tarde en Guantánamo avanzaba con ese letargo característico de las provincias orientales. El sol quemaba más de lo habitual y las nubes, cómplices de un calor insoportable, no prometían tregua. Hasta que el humo apareció.

Una columna densa y oscura comenzó a elevarse desde un edificio de 18 plantas, visible desde casi cualquier punto de la ciudad. En minutos, las redes sociales estallaron: imágenes borrosas, videos temblorosos, gritos entrecortados. Lo que parecía ser un incidente menor se convirtió rápidamente en una emergencia de gran magnitud. El edificio, uno de los más altos de la ciudad, ardía.

Un sistema sin oxígeno

El fuego se originó, según versiones preliminares, en un piso intermedio del inmueble. Las llamas se propagaron con facilidad, impulsadas por los fuertes vientos que soplaban en la zona. Y allí comenzó otra historia: la de un sistema de respuesta a emergencias que no siempre está a la altura del reto.

Brigadas del Cuerpo de Bomberos se presentaron en el lugar y, según testigos, hicieron lo humanamente posible con los recursos disponibles. Lo que no se dice en los partes oficiales, pero salta a la vista en los videos caseros, es el heroísmo improvisado y la falta de equipamiento. Mangueras cortas, escaleras insuficientes, trajes raídos. Una vez más, la realidad cubana desnuda sus costuras en medio de la tragedia.

Heridos, nervios y una pregunta sin respuesta

Hasta el momento, no se han reportado víctimas fatales, una noticia que alivia, pero no borra la angustia. Se confirmaron varios heridos, principalmente por inhalación de humo y crisis nerviosas. El miedo no sólo vino de las llamas, sino del desconcierto: ¿quién avisa?, ¿cómo se organiza la evacuación?, ¿quién responde?

Las autoridades han pedido a la población mantenerse alejada del área, lo que tiene sentido. Pero también han evitado responder a una pregunta crucial: ¿cómo un edificio de 18 plantas, habitado por decenas de familias, no contaba con sistemas de alarma o prevención que funcionaran adecuadamente?

Arquitectura vertical, gestión horizontal

El incendio ha puesto en evidencia los peligros latentes de una política urbana que apostó por la verticalidad sin el respaldo necesario en infraestructura y mantenimiento. Muchos de estos edificios, construidos durante el auge soviético, hoy enfrentan problemas eléctricos, estructurales y sanitarios que convierten cualquier chispa en un desastre.

Es lícito preguntarse si las inspecciones técnicas se realizan con la frecuencia que se requiere o si, como en tantos otros sectores del país, los informes se maquillan para no molestar a nadie. Las consecuencias, como acabamos de ver, no son estadísticas: son humo, son gritos, son rostros desesperados mirando desde un balcón sin salida.

Más allá del fuego

Este no es solo un incidente más. Es un reflejo de la fragilidad del entramado urbano y social que sostiene a miles de cubanos. Cada vez que ocurre un desastre, la improvisación se convierte en política de Estado, y el heroísmo ciudadano suple la negligencia institucional. Pero ni la solidaridad ni el coraje bastan para apagar el fuego de fondo: el de un país que vive al borde del colapso, donde lo inesperado no sorprende, sino que confirma una sospecha compartida.

Mientras se esperan informes oficiales y se evalúan los daños, una cosa es clara: este incendio no solo consumió paredes y techos. También calcinó, al menos por un día, la confianza en un sistema que responde siempre tarde, siempre mal, y casi nunca aprende.

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