
Una mujer ha sido asesinada. Otra más. Esta vez, en un campismo de Sancti Spíritus. Una madre cubana fue apuñalada por su expareja, en un hecho que estremece, no solo por la brutalidad del crimen, sino por la repetición enfermiza de una historia que ya no sorprende, pero sí sigue doliendo. Porque lo que ocurrió no es un hecho aislado. Es otro punto más en un mapa nacional de sangre que se actualiza semana tras semana.
El crimen, según reportes oficiales, ocurrió durante la noche. El agresor, su expareja, la sorprendió y la atacó con un arma blanca. La escena, según relatan testigos, fue rápida y atroz. No hubo tiempo para salvarla. La mujer falleció a causa de las heridas. Él fue detenido poco después. Caso cerrado para las autoridades. Pero ¿y el resto del país? ¿Y el trauma colectivo? ¿Y el sistema que permitió que esto volviera a pasar?
El campismo, escenario del horror
Lo paradójico —o lo trágicamente simbólico— es el lugar del crimen. Un campismo. Un espacio supuestamente destinado al descanso, al esparcimiento, a la familia. Se convirtió en el escenario de un acto de violencia machista que desnuda, una vez más, las enormes grietas en la protección institucional hacia las mujeres cubanas.
No es la primera vez que ocurre. Ni será la última. No mientras la prevención siga siendo discurso vacío, las alertas sociales se ignoren y las denuncias se pierdan en oficinas burocráticas más preocupadas por el papeleo que por la vida.
¿Hasta cuándo diremos “lamentable”?
El término “hecho lamentable” ya parece una plantilla oficial. Lamentable fue este crimen. Lamentable fue el anterior. Lamentable será el próximo si no se actúa con firmeza. Pero el lenguaje institucional no detiene los feminicidios. Las condolencias no salvan vidas. Y cada mujer asesinada es una falla del Estado, de la justicia, de la sociedad.
Las organizaciones que trabajan con perspectiva de género han sido claras: urge educación, acceso a la denuncia efectiva, protocolos de protección reales y acompañamiento psicológico antes, durante y después del conflicto. Pero en lugar de fortalecer estos mecanismos, el sistema parece aún más enfocado en maquillar cifras que en enfrentar la raíz del problema.
Las estadísticas del silencio
Cuba no tiene una ley integral contra la violencia de género. No existe un observatorio oficial que publique cifras actualizadas de feminicidios. Las organizaciones independientes hacen lo que pueden: recopilan datos, visibilizan casos, ofrecen asistencia legal o emocional. Pero sin respaldo institucional, su impacto se ve limitado. ¿Qué pasaría si el Estado se implicara con la misma fuerza con la que despliega brigadas médicas al extranjero?
Mientras tanto, los nombres de las víctimas se multiplican. Sus historias se desvanecen en notas breves. Y sus muertes se transforman en números que nadie quiere admitir. Esta mujer asesinada en Sancti Spíritus no es solo una víctima más. Es un símbolo del fracaso de todos los mecanismos que debieron protegerla.
No hay descanso donde no hay justicia
Este feminicidio no es una noticia. Es una herida abierta. Y no se cierra con comunicados institucionales ni con promesas recicladas. Se cierra con acciones contundentes: con leyes específicas, con justicia efectiva, con una sociedad que diga “basta” no solo en redes sociales, sino en las calles, en los tribunales, en los espacios educativos.
Desde Cubano Rebelde, seguiremos denunciando estos hechos. Porque el silencio es cómplice. Y porque cada víctima merece algo más que una nota en el noticiero. Merece memoria, justicia, y un país donde ser mujer no implique vivir con miedo.