Diaz canel de viaje nuevamente

En un episodio que parece extraído de una tragicomedia diplomática, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel aterrizó hoy en Moscú con la expectativa de recibir un cálido abrazo de su homólogo ruso, Vladímir Putin. Sin embargo, lo que encontró fue un recibimiento tan frío como el clima de la capital rusa. En lugar del líder del Kremlin, apareció un viceministro de Relaciones Exteriores cuyo nombre probablemente ni Google reconoce, portando una sonrisa tan rígida como el protocolo y una presencia tan insípida como un té sin azúcar. ¿El mensaje? Claro: “Nos caes bien, pero no lo suficiente como para que Putin cancele sus otros compromisos de martes”.

Una llegada cargada de expectativas

Díaz-Canel llegó a Moscú con un discurso cuidadosamente preparado y el abrigo bien ajustado, consciente de que el escenario internacional no está precisamente a favor de Cuba. La crisis económica interna, las sanciones internacionales y la creciente dependencia de aliados estratégicos como Rusia y China hacían de este viaje una oportunidad crucial para reforzar alianzas.

Pero la realidad en la pista de aterrizaje fue muy distinta. En lugar de la esperada recepción presidencial, el mandatario cubano se encontró frente a un funcionario de segunda línea cuya identidad pasó desapercibida incluso para los periodistas presentes. Nada de banderas, himnos o saludos militares. Solo un apretón de manos protocolar y una expresión de “estoy aquí porque me obligaron”.

Para un líder que busca proyectar estabilidad y fortaleza en el escenario internacional, el incidente fue un golpe a la imagen. No solo porque evidenció la falta de interés del Kremlin, sino porque subrayó la distancia entre las aspiraciones diplomáticas de Cuba y la realidad de su posición actual en la esfera geopolítica.

Un mensaje claro desde Moscú

Mientras tanto, los analistas internacionales no tardaron en interpretar la escena. Para algunos, la ausencia de Putin fue un gesto calculado, una especie de recordatorio de que, aunque Cuba sigue siendo un aliado estratégico, no ocupa precisamente un lugar prioritario en la agenda rusa. Rusia, en estos momentos, está concentrada en otros frentes: la guerra en Ucrania, las sanciones occidentales, el reordenamiento de su economía y la consolidación de nuevas alianzas en Asia.

En ese contexto, dedicarle tiempo y espacio a un socio debilitado como Cuba no parece estar entre las prioridades de Putin. De hecho, la presencia del viceministro, un funcionario de bajo perfil, refuerza la percepción de que Moscú ha decidido mantener su apoyo a La Habana a un nivel simbólico, sin comprometerse demasiado.

Para otros analistas, lo ocurrido es un simple error de cálculo diplomático. En diplomacia, los gestos importan. Y en este caso, el gesto de enviar a un viceministro en lugar del propio Putin es más que un desaire: es un recordatorio del lugar que ocupa Cuba en la lista de prioridades del Kremlin.

Cuba, entre la necesidad y el desdén

Desde la perspectiva cubana, el episodio no podría haber ocurrido en un peor momento. La isla atraviesa una crisis económica sin precedentes, marcada por la escasez de alimentos, combustible y medicamentos. En ese contexto, el viaje de Díaz-Canel a Rusia tenía un objetivo claro: asegurar compromisos de cooperación, inversiones y ayuda humanitaria. Pero en lugar de un acuerdo concreto, lo que se encontró fue un recibimiento más frío que el invierno moscovita.

La escena cobra aún más relevancia si se tiene en cuenta el simbolismo de las relaciones cubano-rusas. Durante décadas, Moscú fue el principal aliado de La Habana, financiando proyectos estratégicos, suministrando petróleo y apoyando políticamente al régimen cubano. Sin embargo, el mundo ha cambiado, y con él, las prioridades del Kremlin. Hoy, Rusia está inmersa en un conflicto con Occidente y en la búsqueda de nuevos socios en Asia y África, relegando a Cuba a un segundo plano.

¿Qué viene ahora?

En medio de este panorama, la pregunta que queda flotando es: ¿cómo debería reaccionar La Habana ante semejante desplante? En una relación marcada por años de retórica revolucionaria y cooperación económica, lo sucedido en Moscú podría interpretarse como un mensaje tácito: Rusia tiene sus propios problemas y Cuba no está entre ellos.

Para Díaz-Canel, la situación plantea un desafío adicional. No solo debe gestionar la crisis económica interna, sino también reformular la estrategia diplomática de la isla, buscando nuevas alianzas o reavivando las existentes. Sin embargo, después de un recibimiento tan frío, el camino hacia una relación más sólida con Rusia parece ahora más cuesta arriba que nunca.

Tal vez, como sugieren algunos con ironía, la próxima vez el presidente cubano debería aterrizar en Moscú sin previo aviso, con guayabera y sin discurso, directo al Kremlin. Después de todo, si ya te recibieron mal una vez, poco importa si llegas sin invitación. Al menos así evitaría el frío —no solo del clima, sino también del protocolo.

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