
En Cuba, donde el calor no perdona y el ventilador es casi un miembro más de la familia, el gobierno ha lanzado una promesa que suena a chiste contado sin gracia: la termoeléctrica “Carlos Manuel de Céspedes”, en Cienfuegos, estará “lista” para el verano.
Sí, esa misma planta que lleva más tiempo averiada que en funcionamiento. La que en octubre de 2024 dijo adiós con una doble falla en sus unidades, y que en enero se despidió del año nuevo con un incendio que dejó más humo que esperanza. Según las autoridades, la unidad 3 estará operativa en abril (a estas alturas, ya debió estar) y la unidad 4 se reincorporará en junio, cada una con la noble misión de aportar 158 megavatios al Sistema Eléctrico Nacional. Porque claro, en la isla del eterno retorno revolucionario, siempre hay una “solución” a punto de llegar.
La promesa: más electricidad (quizás), menos paciencia (seguro)
El anuncio parece diseñado para coincidir con la llegada del calor infernal, cuando los ventiladores giran como hélices moribundas y las neveras son piezas de museo. “Vamos a tener más corriente”, repiten desde los noticieros, mientras en los barrios la realidad es otra: velas, cubos de agua, ollas frías y familias calculando si vale la pena cocinar o esperar al próximo apagón.
No es la primera vez que una planta eléctrica promete regresar como el ave fénix… y termina como un fósil. Pero la narrativa oficial insiste: todo marcha, todo se arregla, todo se hará. Lo que nunca aclaran es para quién ni por cuánto tiempo.
El arte de sobrevivir sin energía (ni fe)
Mientras los ingenieros se esfuerzan por revivir una termoeléctrica que parece tener más vidas que un gato, el cubano de a pie sigue perfeccionando la vida sin electricidad:
- Cocinar con leña, velas o pura creatividad.
- Ducharse con botellas llenadas al amanecer.
- Dormir como se pueda, entre sudor y mosquitos revolucionarios.
- Enfrentar apagones programados (o no) con la resignación de quien ya lo ha visto todo.
La gente no necesita anuncios: el cuerpo sabe cuándo regresa la luz… porque el abanico deja de ser decoración.
Un verano ardiente (literal y figuradamente)
La ironía no puede faltar: en una isla bendecida por el sol, la energía solar sigue siendo anecdótica, y las inversiones verdes son más promesas que proyectos. Mientras tanto, las plantas obsoletas se sobrecalientan y colapsan, y los ciudadanos se preguntan cuánto más puede resistir un sistema que funciona peor que el papel higiénico estatal: escaso, roto y siempre tarde.
Pero bueno, si algo caracteriza al cubano es su capacidad de adaptación. En vez de playa, un balde en el balcón. En vez de aire acondicionado, el deseo. En vez de solución, un parte meteorológico y otro político.
¿La conclusión? Este verano puede que haya más electricidad. O no. Pero seguro habrá más calor, más apagones, más excusas… y más cubanos encendiendo velas, no para rezar, sino para alumbrar.