Exclusiva entre escombros

En Cuba, el techo es un lujo, no un derecho. Mientras los noticieros celebran congresos de arquitectura sostenible y los voceros del oficialismo aplauden maquetas futuristas que no pasan del PowerPoint, hay cubanos que han convertido la supervivencia entre escombros en un estilo de vida forzoso.

El caso de Jorge Luis —vecino de La Habana Vieja, superviviente de un derrumbe, y filósofo del absurdo cotidiano— es uno de tantos que no aparecerán en las cifras del Ministerio de la Construcción, pero que resume como pocos la tragedia habitacional de la isla.

Una casa sin techo y un país sin soluciones

Jorge Luis vive donde alguna vez existió un apartamento. Lo que hoy queda es una colección de muros agrietados, columnas tambaleantes y un hueco en el techo que ofrece dos cosas: una vista directa al cielo y la permanente amenaza de un aguacero.

“El techo se cayó hace tres años. Pero como uno se acostumbra a todo en este país, ya ni lo noto. Me despiertan más los gallos del solar que la lluvia cayendo en la cama”, cuenta Jorge, entre bromas y polvo.

Le ofrecieron, como solución, una promesa: la brigada de mantenimiento que “iba a pasar por aquí” en cuanto hubiera materiales… o voluntad. Tres años después, Jorge sigue esperando. A veces cree que vio un inspector en la esquina, pero resultó ser un repartidor de pan.

Derrumbes: la epidemia silenciosa

En Cuba, los derrumbes no son noticia; son rutina. La Habana, joya arquitectónica en ruinas, está salpicada de edificios que parecen mantenerse en pie por la costumbre, no por ingeniería. Fachadas sostenidas con palos, techos que crujen, escaleras que se evitan “por si acaso”.

Aunque no existen cifras oficiales confiables, organizaciones independientes estiman que más de 60 mil viviendas en la capital se encuentran en riesgo de colapso. Cada aguacero es una amenaza, y cada trueno hace temblar más que un discurso del Partido.

El Estado, por su parte, recurre a su manual habitual: enviar inspectores que constatan que sí, efectivamente, la casa se está cayendo. Luego anotan en una libreta, prometen una visita futura… y desaparecen como si hubieran usado capas de invisibilidad soviética.

¿Un privilegio vivir en ruinas?

El sarcasmo ha sustituido a la indignación. Para muchos cubanos, vivir en una vivienda semi-derruida es más seguro que irse a un albergue estatal, donde la promiscuidad, la falta de higiene y la desidia estatal hacen de la estancia una experiencia más corrosiva que la humedad de su antigua casa.

Jorge lo tiene claro: “Aquí, al menos, los escombros son míos. Si se me cae algo encima, lo acepto. Es mi ruina personal. En el albergue me tocaba compartir baño con seis familias y dormir con un ojo abierto”.

Una revolución de cascotes

La Revolución prometió que cada cubano tendría un hogar digno. Incluso durante décadas, el acceso a la vivienda fue uno de los pilares que se exhibían como trofeo en foros internacionales. Hoy, ese trofeo está roto, al igual que los techos de miles de familias.

Pero el gobierno sigue proyectando ciudades satélite, villas ecológicas y urbanizaciones para científicos que aún no existen. La paradoja es digna de una novela de Orwell: mientras más se habla de soluciones, más se caen las casas.

Electricidad sin techo: otra ironía nacional

Jorge, como buen ciudadano, paga su factura eléctrica. Aunque el bombillo cuelga de una viga fracturada y la única toma de corriente segura está encima del refrigerador (que funciona, pero no enfría), los cobradores de la UNE no perdonan.

“Si no pago, me cortan la luz. Pero si denuncio que el techo se me cayó, solo me mandan bendiciones y una visita técnica que nunca llega”, dice Jorge con una sonrisa torcida. Lo peor no es la lluvia: es la burocracia.

El futuro: viral o milagroso

En un acto de resignación creativa, Jorge ha optado por una nueva estrategia: ponerse camisa limpia y esperar que un dron de turismo lo grabe desde el aire. “Si me hago viral, capaz que algún influencer extranjero me adopta y me saca de aquí. O por lo menos, me regala una lona”.

Más allá de la broma, lo que se esconde es un grito sordo de abandono. Cada vivienda derrumbada en Cuba no es solo una tragedia estructural, es una prueba del colapso más profundo: el del contrato social entre un Estado que promete y un pueblo que ya no espera.

Porque, en Cuba, hay casas que se caen… y una verdad que no se sostiene.

¿Deseas que prepare el próximo artículo sobre otro tema de crisis social o quieres seguir con la línea de la vivienda?

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