
En un país donde la libertad de expresión es un lujo reservado para quienes aplauden al poder, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha vuelto a hacer lo que mejor sabe: emitir informes tan detallados como ignorados por los gobiernos autoritarios. En su más reciente informe anual, la CIDH ha vuelto a señalar a Cuba como un régimen que se sostiene a base de censura, represión y un control absoluto sobre las instituciones.
El informe, de más de 1,200 páginas, no es precisamente una sorpresa. Desde hace años, Cuba encabeza la lista de países donde los derechos humanos son poco más que un eslogan en la propaganda oficial. Pero este año, la CIDH ha decidido enfatizar nuevamente que la represión en la isla no es un error de procedimiento ni una anomalía temporal. Es un sistema, un modelo estructural que asfixia a sus ciudadanos y castiga cualquier voz disidente.
El partido único y la censura a la carta
En el capítulo dedicado a Cuba, la CIDH no deja lugar a dudas: el Partido Comunista (PCC) sigue siendo el único partido permitido, el gran censor que controla cada aspecto de la vida pública. Los medios de comunicación, por ejemplo, no son otra cosa que altavoces del régimen, y cualquier intento de crítica independiente es rápidamente neutralizado.
Mientras en otras latitudes el internet es sinónimo de libertad y acceso a la información, en Cuba es un campo minado. La CIDH destaca cómo el acceso a la red sigue siendo restringido, controlado y monitoreado. Las tarifas astronómicas por datos móviles y los cortes de conexión en momentos críticos dejan claro que la desconexión es otro método de represión.
Justicia bajo control: los tribunales como títeres del poder
Si alguien en Cuba se atreve a desafiar al sistema, la “justicia” está lista para intervenir. El informe de la CIDH pone el dedo en la llaga al señalar la falta de independencia judicial. En la isla, los jueces no responden al derecho, sino al partido. Y cuando un activista, periodista o defensor de derechos humanos es arrestado arbitrariamente, los tribunales actúan como meros ejecutores de la voluntad política, sin preocuparse demasiado por conceptos como el debido proceso o los derechos humanos.
¿Detenciones arbitrarias? A la orden del día. ¿Juicios sumarios? Un clásico cubano. ¿Represión a la carta? Por supuesto. El informe detalla casos concretos de activistas perseguidos, defensores de derechos humanos hostigados y periodistas independientes silenciados. Porque en Cuba, cuestionar al régimen no es un acto de valentía; es una sentencia anticipada.
Las cárceles cubanas: calabozos del siglo XXI
La CIDH dedica un apartado especial a las condiciones de las cárceles en la isla, que describen como deplorables. Y eso es quedarse corto. Hacinamiento, torturas, falta de atención médica y trabajo forzado son solo algunas de las realidades cotidianas en los centros penitenciarios cubanos.
¿Y qué pasa con aquellos a quienes la CIDH otorga medidas cautelares para protegerlos del régimen? Nada. Porque en Cuba, los derechos humanos son una ficción diplomática. Mientras organismos internacionales emiten informes y recomendaciones, el gobierno cubano responde con silencio o, peor aún, con más represión.
Un informe más, una sordera más profunda
La vicepresidenta de la CIDH, Andrea Pochak, ha sido clara: la situación en Cuba no ha cambiado. La represión sigue ahí, latente, estructural y despiadada. En sus declaraciones a la AP, Pochak expresó que la situación de los derechos humanos en Cuba preocupa desde hace años, pero el régimen ha optado por la sordera crónica.
Y mientras la CIDH sigue emitiendo informes y recomendaciones, el gobierno cubano sigue apretando el puño. Porque para un régimen cuyo modelo de Estado se sostiene sobre la censura y la represión, admitir sus violaciones sería un acto de traición a sí mismo.
En Cuba, el informe de la CIDH no será tema de portada, ni encabezará los noticieros. Será un documento más para engrosar la lista de denuncias ignoradas por un régimen que, lejos de cambiar, parece cada vez más cómodo en su papel de verdugo.