
A estas alturas, hablar de apagones en Cuba es tan habitual como comentar el estado del tiempo. Lo singular es que, últimamente, ambos fenómenos parecen ir de la mano: si sale el sol, se va la luz. Si llueve, también. Si es lunes… peor. Este lunes, por ejemplo, la isla amaneció con más de 1,400 megavatios de déficit eléctrico, un número tan grande como el silencio que suele seguir a cada explicación oficial.
Porque en Cuba ya no se trata de que la corriente se vaya. Se trata de cómo, cuándo y cuántas veces al día. El apagón dejó de ser noticia para convertirse en rutina. Y la paciencia nacional, esa que ha sobrevivido colas interminables, bodegas vacías y discursos reciclados, ahora amenaza con cortocircuitarse.
Modo avión… pero sin despegar
“Estamos en modo avión, pero sin volar”, bromea un joven en Twitter (cuando tiene conexión, claro). Y no está tan lejos de la realidad. El país entero parece haber entrado en un estado de suspensión energética: ventiladores que giran por inercia, hornillas frías, móviles cargados con suerte y velas que ya compiten en ventas con el pan.
En este escenario, la vida cotidiana se adapta como puede. No faltan los cronogramas extraoficiales de apagones, tan precisos que uno podría ajustar el reloj según el corte de luz:
—A las 10:00 a.m. se va la corriente.
—A las 12:00 p.m. se va la paciencia.
—Y a las 2:00 p.m. se va el respeto.
Es el nuevo ritmo nacional, donde cada barrio conoce a la perfección sus horas de sombra y sus breves interludios de resurrección eléctrica.
Manual del apagón moderno
Las explicaciones oficiales, por supuesto, no faltan. Que si fallas técnicas en varias termoeléctricas. Que si falta de combustible. Que si mantenimiento. Todo cierto… y todo insuficiente. Porque mientras se acumulan los partes técnicos, los cubanos a pie han creado su propio glosario de resistencia:
- Déficit = no hay luz.
- Mantenimiento programado = tampoco hay.
- Reparación en curso = sigue sin haber.
- Restablecimiento gradual del servicio = una vela por favor.
En paralelo, crece la creatividad nacional para sobrellevar la crisis. Algunos rescatan quinqués de la era de sus abuelos. Otros abrazan la oscuridad como nuevo estilo de vida zen. Y hay quienes, sin ironía alguna, venden “cafecito sin corriente”, que en otros países se llamaría simplemente… café frío.
La chispa que no se apaga
La única chispa que parece abundar es la del sarcasmo popular, ese arte cubano de burlarse del desastre con una sonrisa amarga y una frase que, si no ilumina, al menos alivia. Porque sí, estamos en apagón, pero también en temporada alta de chistes, memes y comentarios punzantes.
Y sin embargo, más allá de la burla necesaria, se asoma la pregunta de fondo: ¿hasta cuándo se normalizará lo anormal? ¿Cuándo la planificación incluirá, por ejemplo, energía constante y no solo discursos bien redactados?
El país a oscuras… y no solo por falta de corriente
El problema energético no es un accidente. Es un reflejo más de una estructura ineficiente, desgastada y dependiente. Cada blackout no solo apaga electrodomésticos: apaga negocios, oportunidades, ánimo. Afecta a hospitales, afecta a niños estudiando, a familias cocinando, a ancianos enfermos. Y en ese silencio eléctrico se escucha, más fuerte que nunca, el zumbido de un modelo que no logra encenderse.
Mientras tanto, Cuba sigue alumbrada por linternas de teléfono y bombillas que duran lo que dura una promesa. Y aunque la oscuridad se haya vuelto parte del paisaje, no deberíamos resignarnos a vivir en la penumbra.
Porque la luz, esa que hace falta en todos los sentidos, no debería ser un lujo. Debería ser, simplemente, normal.