
La Habana vive una nueva etapa de escasez que ya permea incluso el mercado ilegal: la llamada droga sintética “químico”. Recientemente, la Policía Nacional Revolucionaria anunció el desmantelamiento de varios puntos de venta en los municipios de La Lisa, Bauta y Guanabacoa, con gran despliegue mediático. Sin embargo, la operación arroja un dato inquietante: ni el narcotráfico escapa a la crisis de abastecimiento que afecta al país.
El operativo y sus protagonistas
En tres procederes simultáneos, agentes del Ministerio del Interior detuvieron a tres presuntos distribuidores de “químico”. Según testimonios vecinales, estos individuos eran “más conocidos que el pan con croqueta” en sus comunidades. La captura se atribuye a la llamada “cooperación ciudadana”: vecinos hartos de la venta callejera y de la inseguridad, dispuestos a delatar para no deber más favores.
La escenografía oficial incluyó cámaras, anuncios de “tolerancia cero” y fotos de los paquetes incautados. Un espectáculo pensado para recordar que la revolución actúa… siempre que haya quien informe y quien fije precio por el silencio.
El trasfondo del desabastecimiento
Que una sustancia ilegal sufra desabastecimiento es una señal de la magnitud de la crisis. El “químico” —mezcla de solventes y drogas baratas— ha calado en la juventud que no encuentra otras salidas. En un país donde faltan medicinas, alimentos y corriente eléctrica, la oferta de una vía rápida al escape mental se convierte en un “producto” tan demandado como cualquier otro bien escaso.
Los detenidos no solo enfrentan cargos por tráfico de drogas, sino que su caída evidencia la paradoja: mientras el Estado promete mano dura contra el crimen, no puede garantizar ni lo más elemental para el ciudadano. Y así, el mercado ilegal encuentra su espacio en el vacío dejado por la economía oficial.
“Tolerancia cero”… con excepciones
El mantra de “tolerancia cero” se repite en cada comunicado policial. No obstante, la misma frase suena hueca cuando se recuerda que algunos funcionarios revenden gasolina, que ciertos familiares de la cúpula administran contrabando en puertos, y que pequeñas mafias internas prosperan bajo protección. La “cero tolerancia” parece aplicarse solo a los eslabones más humildes de la cadena delictiva.
Mientras tanto, el “químico” se readapta: ahora se comercializa como incienso, loción o perfume de bajo costo. Cambia el envoltorio, pero no la sustancia ni su efecto devastador en jóvenes sin oportunidades, sin electricidad y sin esperanza.
El drama de la juventud
Los consumidores de “químico” son, en su mayoría, adolescentes y jóvenes que buscan evadir la realidad: un sistema educativo que ofrece diplomas sin futuro; un mercado laboral que paga en CUP mientras todo cuesta en divisas; hogares que sufren apagones prolongados y familias al borde de la desesperación. Ante este panorama, la droga se presenta como la única “solución” al aburrimiento y al agobio.
La represión puntual contra los vendedores no resuelve el problema de raíz. Sin proyectos de empleo, sin actividades culturales ni espacios de esparcimiento, la generación más preparada de la historia cubana encuentra en el “químico” una salida trágica.
El desmantelamiento de estos puntos de venta es solo un acto de limpieza superficial. El verdadero vacío está en la falta de políticas sociales, en el colapso de los servicios básicos y en la ausencia de un proyecto de futuro para los jóvenes. Allí, en ese hueco, se filtra el narcotráfico y florece la “cortina humana” de la droga sintética.
El Cubano Rebelde seguirá denunciando no solo las operaciones policiales, sino también la crisis estructural que las hace necesarias. Porque mientras el Estado no garantice lo básico —empleo, salud, educación y electricidad—, el “químico” y otras lacras encontrarán siempre un mercado ávido en la oscuridad de la isla.