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El presidente cubano revive la nostalgia automotriz y abre la puerta a posibles alianzas sobre ruedas con Moskvich.

Un reencuentro lleno de historia y simbolismo

En un emotivo (y ligeramente nostálgico) recorrido por una fábrica de automóviles en Moscú, el presidente Miguel Díaz-Canel no pudo evitar detenerse ante los legendarios Moskvich, esos carros que en Cuba son mucho más que simples vehículos: son parte del paisaje, de la cultura popular, casi de la familia.

La visita, reseñada con entusiasmo por la revista El Cubano Rebelde, destacó el renacimiento de la producción del Moskvich en Rusia, una marca que para los cubanos tiene un significado especial. Desde las calles adoquinadas de La Habana Vieja hasta los polvorientos caminos de los campos tuneros, los Moskvich del 76 siguen rugiendo, sorteando baches, parches y años, como verdaderos guerreros del asfalto.

En Cuba, estos autos no son simples objetos mecánicos. Son testigos de generaciones enteras: han sido ambulancias improvisadas, taxis colectivos, carros fúnebres, vehículos escolares, salones de baile sobre ruedas y hasta protagonistas de canciones y anécdotas familiares. Su resistencia se ha convertido en símbolo del ingenio cubano, capaz de alargar la vida útil de cualquier máquina mucho más allá de lo que el fabricante habría soñado.

“Como la revolución los Moskvich: duros, persistentes, y aunque hagan ruido raro…”

Durante la visita, un operario cubano, que prefirió mantenerse en el anonimato (por razones que cualquiera puede imaginar), bromeó ante las cámaras: “Los Moskvich son como la revolución: duros, persistentes, y aunque a veces hagan ruido raro, ahí están.”

Díaz-Canel, entre sonrisas y comentarios, destacó el potencial de retomar alianzas automotrices entre Rusia y Cuba, poniendo el ojo no solo en el pasado, sino en el futuro. ¿Será esta una señal de que pronto veremos nuevos modelos Moskvich circulando por la isla, tal vez con un diseño más moderno, eléctrico, o adaptado a los desafíos de la movilidad sostenible? La sola idea despierta curiosidad, y en algunos, esperanza.

Moskvich: del hierro soviético al corazón cubano

La historia de los Moskvich en Cuba es también la historia de las relaciones históricas entre La Habana y Moscú. Durante décadas, miles de estos vehículos llegaron a la isla como parte de los acuerdos de cooperación bilateral. Eran símbolo de modernidad, de amistad socialista, de un futuro compartido. Hoy, décadas después, muchos de esos mismos autos siguen rodando, gracias al ingenio de los mecánicos cubanos, expertos en lo que los cubanos llaman “resolver”: fabricar piezas que no existen, adaptar motores, improvisar soluciones, y hacer que lo imposible funcione.

La visita de Díaz-Canel, más allá de la anécdota, representa una oportunidad para mirar hacia adelante. La reactivación de la marca Moskvich en Rusia no solo es un dato industrial: podría abrir una puerta para que Cuba acceda a nuevos modelos, tecnologías más eficientes, e incluso, quién sabe, versiones híbridas o eléctricas que respondan a las nuevas demandas energéticas y ambientales.

Una posible nueva era sobre ruedas

Mientras el mundo se mueve hacia la electromovilidad, los cubanos siguen sacando adelante vehículos fabricados hace más de 40 años, manteniéndolos vivos con creatividad, piezas recicladas y toneladas de paciencia. Para muchos, imaginar un Moskvich eléctrico suena casi a ciencia ficción, pero también despierta preguntas interesantes: ¿Podría Cuba convertirse en un laboratorio para probar nuevas tecnologías de transporte en condiciones extremas? ¿Se podrían adaptar estas máquinas clásicas al presente, sin perder su esencia icónica?

El interés mostrado por Díaz-Canel en esta visita sugiere que, al menos desde el discurso oficial, hay apertura para explorar estas oportunidades. Sin embargo, la pregunta clave será siempre la misma: ¿cómo aterrizan esas intenciones en la realidad cubana, donde los recursos son escasos, las infraestructuras limitadas y los retos cotidianos enormes?

“¡Compañero, yo no me retiro todavía!”

Lo cierto es que si los autos hablaran, los Moskvich cubanos dirían con orgullo: “¡Compañero, yo no me retiro todavía!”
Y mientras arrancan con estruendo en cada esquina, sacudiendo el aire y la memoria colectiva, queda claro que, más allá de la nostalgia, los Moskvich son símbolo de resistencia, ingenio y espíritu cubano. Son pasado, presente y, tal vez, con un poco de suerte y colaboración internacional, futuro.

En una isla donde cada tornillo cuenta, cada pedazo de metal es reciclado y cada invento se celebra, los Moskvich seguirán rodando. Y ahora, con la mirada puesta en Moscú, quizás tengan por delante una nueva etapa en su larga y sorprendente vida.

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