Nuevo papa es anunciado (3)

Banquete dorado en Moscú, hambre en la isla

Mientras en las calles cubanas escasean el pan, el gas y hasta los productos más básicos, Miguel Díaz-Canel y su esposa, Lis Cuesta, se dieron un festín este jueves en el Kremlin, invitados por Vladímir Putin en las celebraciones del Día de la Victoria en Moscú.

La imagen es poderosa y brutal: de un lado, un pueblo entero sobreviviendo a base de colas interminables, apagones de horas, salarios que no alcanzan ni para un litro de aceite; del otro, el líder que predica “resistencia creativa” sentado a la mesa del poder ruso, degustando medallones de ciervo, filete de fletán y vinos selectos, rematando la noche con una tarta de mousse decorada con bayas doradas, según detalló la prensa oficial rusa.

El brindis por “la paz” que resuena vacío

Putin, anfitrión del evento, levantó su copa para brindar por “la paz y la prosperidad”. A su lado, Díaz-Canel —quien en Cuba aparece como rostro de las penurias cotidianas— sonrió y alzó la copa con entusiasmo. Lis Cuesta, enfundada en lo que parecía ser un abrigo de piel o una fina imitación, se mostraba relajada, disfrutando del esplendor de una cena que no verá ninguna familia cubana común este año.

Resulta inevitable contrastar esas imágenes con la realidad de la isla. Cada copa de vino fino en Moscú equivale a semanas de salario en Cuba. Cada bocado de ciervo y fletán es un insulto para quienes no tienen ni pollo normado en la libreta. Cada risa, cada sonrisa en el Kremlin es un recordatorio del divorcio total entre la cúpula del poder y la gente a la que deberían servir.

La resistencia creativa… desde Moscú

El régimen cubano ha defendido en los últimos años el concepto de “resistencia creativa”, una forma elegante de pedirle al pueblo que invente cómo sobrevivir sin recursos, sin apoyo, sin soluciones. Mientras la mayoría de las familias cubanas queman madera porque no hay gas, o velas porque no hay electricidad, Díaz-Canel y Cuesta parecen haber encontrado su propia interpretación creativa: resistir los embates de la crisis… pero desde un banquete en Moscú, lejos del apagón, del bache, del mercado vacío.

El mensaje no podría ser más claro: la clase gobernante cubana no comparte las penurias de su pueblo. No hace cola. No espera por un saco de harina ni se preocupa por el precio de la electricidad. Ellos viven otra Cuba, una Cuba reservada para los elegidos, los que comen mousse con bayas doradas mientras el resto araña lo que queda de los estantes vacíos.

El costo político de las imágenes

El viaje de Díaz-Canel a Rusia no es solo una visita diplomática. Es también un golpe simbólico que muestra dónde están sus prioridades. Las fotos de una cena de lujo en el Kremlin, en medio de la peor crisis económica que ha enfrentado Cuba en décadas, son gasolina para el descontento popular. Cada vez más, los cubanos dentro y fuera de la isla ven en estas imágenes la confirmación de algo que ya intuían: que sus líderes no gobiernan para ellos, sino para sostenerse, aunque eso signifique brindar por “la paz” mientras dejan atrás un país sumido en la desesperación.

Un pueblo mirando desde la ventana

Mientras Díaz-Canel y Lis Cuesta celebran en Moscú, millones de cubanos miran desde la distancia, no solo las imágenes, sino el contraste brutal que ellas representan. El contraste entre los platos llenos de quienes mandan y los platos vacíos de quienes obedecen. El contraste entre las palabras huecas y la realidad dolorosa.

No se trata solo de un banquete. Es el símbolo perfecto de una fractura: la que separa al gobierno cubano de su pueblo. Y es una fractura que, cada vez más, ya ni los discursos, ni las promesas ni los brindis pueden ocultar.

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