
En un país donde ser madre significa un pulso constante contra la escasez, el ingenio para alimentar a la familia y el equilibrio emocional para no sucumbir al caos, Sandro Castro ha encontrado la fórmula mágica para celebrar: cerveza Cristal y un desfile en pallet. ¡Claro, cómo no se nos ocurrió antes!
El nieto del dictador Fidel Castro, desde su cómodo nicho de privilegios y excesos, decidió sorprender a las madres cubanas con su enésima aparición en redes sociales. Esta vez, en ropa deportiva y montado sobre un pallet que alguien arrastraba cual emperador romano en su carro de victoria, decidió levantar bien alto dos Cristales y hacer lo que mejor sabe: una declaración burlesca y surrealista.
“El dios de la Cristach. Y si yo digo ‘viva’, ustedes dicen ‘tortillach’… y todas beban muchas Cristach”, proclamó con la solemnidad de quien está convencido de haber inventado el concepto de “igualdad” a base de tragos y frases sin sentido.
La realidad paralela de Sandro Castro
Claro, cualquiera podría pensar que la escena corresponde a un sketch humorístico de mal gusto, pero no. Así es Sandro Castro: un personaje que parece salido de una comedia absurda donde la empatía y el sentido común son totalmente irrelevantes. Y mientras Sandro brinda con Cristal, el resto del país sigue buscando leche en polvo, aceite y cualquier otra cosa que le permita armar una comida decente.
Podríamos suponer que su “felicitación” a las madres es un malentendido, un desliz de alguien que no comprende la realidad que lo rodea. Pero no, su historial es claro. Ya lo vimos el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, cuando compartió un video lleno de misticismo barato: “Estoy bajo la luz de la luna con tres mutantes que cayeron de la Tierra, que me están dando conectividad para hoy especialmente, internacionalmente, dar mis felicitaciones a las mujeres”. Todo esto mientras unas jóvenes, probablemente perplejas, posaban a su lado en actitud sumisa.
Pero ¿acaso alguien le preguntó a Sandro qué entiende por “felicitación”? En su mente privilegiada y desconectada, cualquier cosa que implique estar rodeado de bebidas alcohólicas, música estridente y alguna que otra frase incoherente parece suficiente para demostrar su aprecio por los demás.
Igualdad en modo Cristal
La saga continuó el 4 de abril, Día del Estudiante, cuando Sandro, con su tono grandilocuente, proclamó: “¡Somos igualdad!… Los jóvenes unidos y preparados vencemos las dificultades… Feliz día estudiante”. Por supuesto, todo esto con una Cristal en la mano. Porque cuando tu realidad está tan distante de la de la mayoría, cualquier referencia a la igualdad resulta ofensiva y grotesca.
Como si no fuera suficiente, el 1 de mayo, durante el desfile por el Día Internacional de los Trabajadores en La Habana, Sandro volvió al ataque. Con una botella en mano, se autodenominó “el vampirach con la Cristach” y dejó claro que, mientras muchos trabajadores marchaban bajo el sol para fingir apoyo al sistema, él prefería seguir en su trance etílico.
El síndrome del nieto de…
Es inevitable preguntarse si Sandro Castro realmente cree que sus mensajes inspiran a alguien o si simplemente disfruta el caos que provocan. Desde su burbuja de privilegios, parece incapaz de entender que la mayoría de los cubanos no están precisamente en condiciones de brindar con cerveza importada ni de reírse de sus ocurrencias.
Lo irónico de todo esto es que, mientras Sandro brinda en un pallet en el reparto Siboney, hay madres cubanas que empujan carretillas llenas de trabajo, sacrificio y dolor. Porque en la Cuba real, esas que él ignora, no hay tiempo para la Cristach cuando falta el arroz o el pan.
Quizás algún día alguien logre explicarle que su idea de “felicitar” está más cerca de la humillación que del afecto. Pero por ahora, mientras el nieto de Castro siga pensando que la cerveza es el remedio para todos los males, el pueblo cubano seguirá esperando un gesto real de empatía en lugar de un brindis excéntrico y ridículo.