Arrendamiento de locales

En Cuba, la escasez se ha vuelto arte de supervivencia: de cloro para las piscinas a bombillas para los faroles, todo escasea… menos la inventiva oficial para disfrazar la necesidad de “oportunidad”. Este martes, el Ministerio de Turismo anunció una medida que, en el lenguaje gubernamental, suena a “apertura económica”. En el de la calle, huele más a “desesperación bien maquillada”: el Estado arrendará instalaciones turísticas—hoteles, marinas, villas— a privados… seleccionados (léase: con divisas, conexiones y un mínimo de suerte).

“Gestión eficiente” o parche de última hora

Según la nota oficial, el arrendamiento busca “mejorar la gestión de los recursos, aumentar la eficiencia y adaptarse al contexto económico actual”. En cristiano cubano eso significa:

  • No hay dinero ni para el cloro de la piscina.
  • Los hoteles públicos se caen a pedazos; las habitaciones lujosas se reservan para extranjeros que pagan en moneda dura.
  • El personal estatal cobra en CUP y no llega al peso de un café; la inversión en mantenimiento brilla por su ausencia.

Así que, en lugar de inyectar recursos públicos—que no hay—el gobierno opta por cederlos a operadores con divisas, con la esperanza de que ellos puedan pagar pintores, plomeros y hasta una barra de jabón.

Divisas: la llave maestra

La segunda arista de la jugada es la flexibilización de pagos en divisas. Se autoriza que los arrendatarios paguen en MLC, euros o dólares. Objetivo declarado: “atraer más capital extranjero”. Objetivo no declarado: sacar del bolsillo del turista extranjero y del cubano con acceso a remesas el dinero que no se atreve a cobrar el Estado directamente.

Para el cubano de a pie, sin embargo, esto significa dos cosas:

  1. Trabajar (si logra un puesto) en uno de estos negocios, con sueldos quizás un poco mejores, pero siempre en CUP.
  2. Vender su alma al mercado informal, cambiando sus remesas por unas noches en “su propio hotel” que antes eran “del pueblo”.

Reacciones encontradas

Como siempre, el anuncio oficial generó aplausos en la prensa estatal y en los despachos de La Habana Vieja. Se habló de “oportunidad”, “modernización” y “turismo sostenible”.
En las calles, en cambio, los comentarios tienen otro tono:

  • “¿Cuándo voy a poder pagar yo una noche en el hotel que construyeron con mis impuestos?”
  • “Ahora resulta que lo ‘del pueblo’ solo es para quien trae divisas bajo el colchón.”
  • “Selección rima con conexión: si no conoces a nadie, olvídate.”

La dualidad cubana: un país que presume de igualdad, pero renueva sus instalaciones solo para quienes puedan pagar en moneda fuerte.

El circo del mercado informal

Mientras tanto, el mercado informal afila sus uñas. Ya circulan ofertas de “noches en hotel con todo incluido” gestionadas por gestores no oficiales, con precios en dólares que solo unos pocos pueden solventar. Es la chispa privada que brota donde el Estado ha secado el manantial de inversión.

En la práctica, se consolida una economía de dos velocidades:

  • Velocidad turista extranjero: acceso a instalaciones limpias, servicio estable y precios en divisas.
  • Velocidad cubano común: colas, apagones, y el viejo truco de “conseguir un amigo dentro” o resignarse a mirar desde afuera.

Conclusión: la nueva farsa de “lo público”

Cuba presume de socialismo, pero arrienda sus hoteles. Sigue vendiendo la idea de “lo público”, mientras lo cede a privados con divisas. La retórica oficial habla de “oportunidades para el pueblo”; la realidad ofrece oportunidades solo a quienes ya tienen recursos.

El Cubano Rebelde lo resume así:

“Bienvenidos a la Cuba de hoy: donde puedes arrendar una instalación del Estado… si tienes divisas, contactos y fe en los milagros.”

Y mientras tanto, el resto espera que el milagro incluya al menos una guagua que pase, una luz que no falte y un poquito de justicia económica.

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