Ya es hora de acabar

Con la puntualidad de un reloj suizo y el dramatismo de una telenovela venezolana, la congresista María Elvira Salazar ha vuelto a romper el silencio. Otra vez. Desde los pasillos del Capitolio, donde el café sale aguado pero las declaraciones fuertes, Salazar lanzó una nueva advertencia al planeta: “¡El mundo no puede seguir ignorando a la dictadura cubana!”. Lo dijo con el tono de quien cree estar revelando una conspiración inédita, como si acabara de descubrir que en Cuba no hay elecciones libres… desde hace solo 65 años.

Su enésimo pronunciamiento no es una novedad en sí misma —Salazar ha hecho de la denuncia al castrismo su marca registrada—, pero sí es una muestra más de cómo el conflicto cubano sigue siendo una fuente inagotable de titulares y posturas políticas reciclables, sobre todo cuando la cámara está encendida y la audiencia espera fuego verbal.

El guion que se repite

“¡No más silencio internacional!” exigió la congresista, como si la ONU, la Unión Europea y los gobiernos del hemisferio occidental estuvieran distraídos viendo Netflix mientras en Cuba se reprime al ritmo del himno nacional. La frase, aunque contundente, no trae nada nuevo al debate: es el mismo guion que se ha recitado una y otra vez en foros, plenarias y discursos que terminan en lo de siempre: declaraciones, sanciones simbólicas, y Cuba, firme en su inmovilidad política.

Desde el exilio cubano en Miami hasta las redes sociales más militantes, Salazar se ha convertido en una especie de mensajera oficial del anticastrismo performático, esa versión contemporánea del activismo que mezcla indignación legítima con una sobredosis de teatralidad. En su última intervención, no faltaron las palabras clave: “dictadura”, “libertad”, “pueblo cubano”, “derechos humanos”. Todas importantes, pero a menudo usadas como mantras más que como detonantes de políticas reales.

¿Una alerta internacional por WhatsApp?

Según fuentes no oficiales —y algún primo que ve mucho YouTube en horarios laborales— Salazar estaría evaluando nuevas estrategias de presión diplomática. Entre ellas, una supuesta campaña de notificaciones internacionales por WhatsApp con stickers de alerta tipo: “¡O te ocupas de Cuba o te bloqueo!”. Porque, claro, si las democracias no reaccionan a las resoluciones multilaterales, quizás lo hagan ante un emoji llorando sobre una bandera cubana.

Mientras tanto, en La Habana, la dictadura mantiene su estilo habitual de respuesta: silencio institucional, un discurso reciclado en algún medio oficial, y la esperanza de que el WiFi siga lo suficientemente lento como para no enterarse de todo. Porque si algo domina el régimen cubano es la estrategia del desgaste: aguantar cada oleada de condenas externas con una mezcla de inercia ideológica y resistencia burocrática.

El dilema del anticastrismo sin estrategia

María Elvira Salazar no está sola en su cruzada. Representa una larga tradición de políticos estadounidenses —de ambos partidos— que han hecho de la causa cubana una bandera electoral y una tribuna moral. Pero el problema no está en la denuncia, sino en la falta de estrategia más allá del micrófono.

La pregunta que muchos se hacen, incluso dentro del exilio más comprometido, es: ¿y después de gritar, qué? Porque la repetición del discurso sin una hoja de ruta clara, sin una política que combine presión con visión a largo plazo, solo alimenta la sensación de que se habla mucho y se logra poco.

Por eso, cada nueva rueda de prensa de Salazar suena más como una función de teatro político que como un paso efectivo hacia la libertad cubana. Hay gestos, sí. Hay aplausos. Hay retuits. Pero no hay resultados concretos. Mientras tanto, dentro de la isla, la vida sigue igual para millones de cubanos que enfrentan escasez, represión y apagones sin que las declaraciones desde Washington les cambien el menú ni la realidad.

Cuba como argumento eterno

La Cuba revolucionaria, o lo que queda de ella, ha demostrado una habilidad extraordinaria para sobrevivir al aislamiento, a las sanciones, a los cambios de presidente en EE. UU., y hasta al cambio climático. Mientras, en el exterior, políticos como María Elvira Salazar siguen usando el conflicto como un comodín ideológico que se activa cada vez que se necesita reafirmar credenciales anticomunistas.

Es un juego que beneficia a todos… menos a los cubanos. A los de a pie. A los que no tienen megas para ver la última intervención de Salazar, ni mucho menos esperanza de que alguna de esas palabras provoque un cambio tangible en sus vidas.

María Elvira Salazar tiene razón en lo esencial: el mundo no puede ni debe ignorar a la dictadura cubana. Pero repetirlo como un eslogan no es suficiente. El reto está en traducir la denuncia en política efectiva, en articular una estrategia que no se base únicamente en condenas, sino en acompañamiento, en acción internacional coordinada, y en escuchar a los propios cubanos que viven el día a día del régimen.

Mientras tanto, el conflicto sigue su curso como una telenovela infinita, con capítulos predecibles, personajes reincidentes y un final que nunca llega. Y sí, habrá más ruedas de prensa. Más alertas. Más titulares.

Porque en la historia contemporánea de Cuba, el silencio es cómplice… pero el ruido vacío también.

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