Rebocación del CPBONE

“No me imagino el futuro de mi niño en Cuba”. Así lo dijo una madre cubana con voz temblorosa y sin nombre, no por falta de identidad, sino por miedo. Su frase no fue una metáfora, sino un grito silencioso que hoy comparten miles de migrantes que llegaron a Estados Unidos mediante el programa CBP One, creyendo que estaban entrando por la puerta legal de una nueva vida. Ahora, esa puerta se entreabre para mostrar un cartel de salida: “permiso revocado”.

En las últimas semanas, miles de migrantes —entre ellos un número considerable de cubanos acogidos bajo el parole humanitario— han comenzado a recibir notificaciones oficiales que les anuncian la revocación de sus permisos de trabajo. Lo que comenzó como una vía “segura, ordenada y humana” para ingresar a Estados Unidos parece haber mutado en una autopista de incertidumbre.

La nueva pesadilla digital: CBP Home

El mecanismo de revocación viene acompañado de una invitación tecnológica tan elegante como inquietante: una aplicación llamada CBP Home, mediante la cual los migrantes deben ahora gestionar su “salida voluntaria” del país. Así, lo que fue un proceso para entrar ahora es una vía expedita para salir. La ironía digital del siglo XXI.

Para muchos, esta notificación cayó como un rayo en cielos ya nublados. “Desde que llegué he trabajado, pagado impuestos, no he cometido ni una infracción”, cuenta la migrante cubana entrevistada por Telemundo 51. Su delito, aparentemente, fue creer que la legalidad ofrecía estabilidad. Pero en tiempos de pulsos políticos y reformas migratorias cambiantes, incluso lo legal puede volverse transitorio.

Una generación en riesgo de retorno

Detrás de cada permiso revocado hay una historia truncada. Hay niños que aprendieron a decir “yes” antes que “sí”. Hay adultos que pasaron de sobrevivir en Cuba a trabajar 12 horas diarias en Florida, soñando con pagar su primer carro usado. Y ahora, sin permiso de trabajo, sin garantías y sin certezas, muchos enfrentan un abismo: el regreso forzado o la vida al margen.

La frase “no me imagino el futuro de mi niño en Cuba” no es exageración. Es una fotografía brutal del presente. Porque imaginar ese futuro implica pensar en escasez, en escuelas sin recursos, en hospitales sin medicamentos, en un país donde incluso la luz eléctrica es un lujo rotativo.

¿Criminales? No. Trabajadores invisibles

Una de las grandes paradojas de esta crisis migratoria es que quienes ahora están siendo revocados no son evasores del sistema, sino productos del mismo sistema: personas que siguieron los canales legales, que se registraron, que entraron con citas, que confiaron en el papeleo y la promesa de orden.

Pero el discurso político es más veloz que la lógica de la justicia. Y en medio de las tensiones internas por la seguridad fronteriza, el enfoque ha girado peligrosamente hacia una generalización que borra matices y contextos individuales. Como si todos los migrantes fueran una amenaza. Como si el trabajo, el esfuerzo, la voluntad de integrarse no pesaran en la balanza.

Estados Unidos, ¿tierra de oportunidades o de permisos temporales?

El caso de estos cubanos pone sobre la mesa una pregunta incómoda para el país de las oportunidades: ¿qué ocurre cuando esas oportunidades vienen con fecha de caducidad? ¿Qué mensaje se envía al mundo cuando se les dice a quienes llegaron de forma legal que ahora deben marcharse por la misma puerta?

Por supuesto, todo país tiene derecho a regular su frontera. Pero ¿es justo aplicar ese derecho sin considerar el impacto humano? ¿Sin examinar caso por caso, historia por historia, niño por niño?

Una política que va más rápido que la vida

Mientras se redefine la política migratoria en los titulares y los algoritmos de las aplicaciones gubernamentales, miles de familias viven una cuenta regresiva emocional y económica. La incertidumbre no es solo si podrán quedarse, sino cómo alimentarán a sus hijos la próxima semana. Porque cuando se revoca un permiso de trabajo, no se cancela solo un documento: se desmantela una vida en construcción.

Y aún así, en medio de todo, queda una chispa encendida: la dignidad. La misma que llevó a esta madre cubana a hablar, aunque fuera sin rostro. La misma que hace que miles de migrantes se levanten cada día, sin permiso, pero con determinación. Porque la esperanza no se archiva. Y la voluntad de proteger a un hijo, mucho menos

(Imagen tomada de Abogados Efectivos)

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